sábado, 24 de agosto de 2013

“Digo, ¡por Dios! ¿Es que la gente ya no sabe qué vestir?"

Hoy decidí salir con las mismas hipócritas de siempre que sólo se quejan de lo mismo de siempre, y a mí me dan ganas de tirarles el trago encima. No me interesa su amistad ni sus novios ni cuántos kilos perdieron, ¡Cómprenme mi Margarita, que tengo sed! Digo, si quieren hablarme de sus dramas mejor vayan al psicólogo, que yo no estoy para ustedes. Deberían de quedarse encerradas en sus casas como las asociales que son y dejar a la gente que sí sabe divertirse (Y vestirse) hacer lo que saben hacer. ¡Dios, hasta sus vestidos están espantosos, todos last season! Yo, en cambio, iba con mi hermoso vestido Hermés nuevo, mis hermosos Loubis, Marc Jacobs, Cartier y Chopard. Porque yo sí me doy a respetar.

Pero eso no es lo peor, no.
De repente viene este horror al club, la mujer más obesa que he visto en mi vida, vestida como una pseudo-yo. Digo pseudo porque no me llegaba ni a los talones. Su vestido estaba horrible, seguramente lo había comprado en Zara o una de esas tiendas de cuarta. Sus zapatos parecían comprados en una barata, igual que su bolso, muy wannabe Balenciaga. ¿Se habría perdido? Aquí no se acepta gente como ella.

Simplemente, decidí acercarme a ella, como la dama agraciada que soy, decidí irme sin las mujeres con las que supuestamente vine, pero no sin pasar junto a la gorda de pacotilla y musitar a su oído: "A mí me queda mejor." Reí y me fui a mi apartamento en SoHo.

Y entonces caí en cuenta de que estaba muy borracha.
Si estuviera sobria, ella habría terminado en el hospital.

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